Un sencillo sacerdote de un pequeñísimo pueblo que, sin pretenderlo y sin salir de allí en toda su vida, alcanzó una notable fama en toda Francia.
No escribió nada: con dificultad, y con bastantes años, aprendió a leer y a escribir. Llegaron a echarle del seminario por suspender los estudios. Sin embargo, al cabo de los años, personas importantes de toda Francia irían a Ars para escuchar su consejo; y el Emperador de Francia le daría el prestigioso título de Caballero de la Legión de Honor.
Toda su fama le vino de su actividad. Lo llamativo es que en su caso toda su actividad la ejerció encerrado en una caja de madera de un metro cuadrado de superficie: su confesionario. El pueblo tuvo que armarse con fondas y pensiones para albergar a tantos penitentes como esperan su turno.